Quito, 1982. Master en Historia y Teoría de la arquitectura por la Universidad Politécnica de Cataluña, España. Arquitecto graduado en la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Ha participado en varios proyectos de diseño tanto de obra nueva como de intervención en el patrimonio edificado desde el 2005.

‘Vivo en Ecuador, un territorio con una de las más grandes biodiversidades del mundo, por lo que su geografía, plantas, climas y culturas son grandes estímulos para mí, y con la arquitectura aparece esta posibilidad de inmersión y mixtura con el medio: el dejarse transformar por lo otro, desde aquella envoltura donde el límite se suspende. Ahí radica la fuerza de la arquitectura, producto de la afectación inmersiva que conlleva repensar nuestra relación con los recursos y con el mundo en el que vivimos.

Nos relacionamos a través de diversas capas que nos protegen y relacionan. Estas envolventes nos permiten abrir mundos, o anularlos, pues manifiestan diferencias entre lo abierto y lo cerrado, el afuera y el adentro, lo privado y lo público, lo idéntico y lo diferente. Fronteras, límites, y pieles cuyas materialidades y formas demuestran una intencionalidad: unas más cerradas sobre sí mismas, otras que invitan a la negociación y el intercambio.

Pienso la arquitectura como un proceso abierto, y cambiante siempre en función de nuevas demandas, que se actualizan por la experiencia como la del Capullo:  una envoltura transitoria, en la que se expresa la transición del gusano, su estado entre, de existencia suspendida o incluso compartida. Ahí radica su fuerza de cambio y de creatividad.

En la mudanza del capullo, las identidades se problematizan, las fronteras dejan de ser claras. El encuentro se expresa en el intersticio, en la zona de intercambio, y entre lo diferente. En esta concepción, medio y hábitat se confunden, pues la cáscara es el medio que se abre al exterior, y que se transforma en el intercambio con el afuera. Se trata de un poder de acción, más que de adaptación, donde una materialidad frágil posibilita la negociación. Así, el hábitat no se restringe a un medio particular, o individual, sino que se abre a una zona donde se despliega el intercambio, y donde la interacción entre próximos no respeta ninguna frontera ni escala fija.

Al ubicarnos en esta zona, que podríamos llamar zona de afectación, la creatividad acontece en los intersticios con el/lo otro. El territorio es explorado a la vez que nos explora, y la negociación se pone en marcha tomando distancia de la aceleración de la productividad.’

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